sábado, 16 de febrero de 2008

Vox propone a Picasso y dos más



En 1927 Correos de España emitió un sello con la Maja Desnuda, siendo la primera vez que apareció un desnudo femenino en la filatelia, con gran escándalo. La ocasión es aprovechada por Picasso ese mismo año para pintar este gran desnudo, que ha sido expuesto recientemente en el Museo del Prado, en una exposición monográfica. El deterioro de su vida matrimonial con Olga Koklova también influye en su tendencia a transformar la figura humana en amenazadoras formas bestiales, como en su Figura (1927), o en descomponerla luego en elementos volumétricos, como en sus Figuras a orillas del mar (1931), donde el abrazo amoroso aparece como un acto feroz. En enero de 1927 conoce a Marie Thèrése Walter, joven de 17 años que se convierte en su modelo y amante secreta durante varios años. La juventud de Marie-Thérèse revitaliza la creatividad de Picasso y lo lleva a reorganizar las formas anatómicas a través de líneas curvas de marcada sensualidad, como El sueño, Mujer desnuda en sillón rojo, La lectura y, sobre todo, Muchacha joven delante de un espejo (1932). Marie-Thérèse que tuvo una hija con Picasso, modelo del famoso retrato “Maya con muñeca” (1938) fue su compañera entre 1927 y 1935 y se transformó en la fuente de inspiración que necesitaba para sus obras. A través de ella buscaba un cambio y hasta tal punto influyó en él que, durante la siguiente década le hizo centenares de retratos. Picasso abandonó a su primera mujer y también cambió su pintura: abandonó el cubismo y el surrealismo, duros y crispados, para mostrar formas más sensuales, tiernas, eróticas y redondeadas. Es quizás por ello que esta parte de su trabajo fue la más clasicista de toda su trayectoria artística.

No es un secreto que la obra erótica quizá más “audaz” de la historia de la pintura bien pudiera ser L’Origine du monde (1866), de Courbet: un sexo femenino, entreabierto, en primer plano, y los lechosos muslos de una rozagante dama iluminando un cuadro de 46 x 55 cm, hoy propiedad del Museo d’Orsay, tras una laberíntica historia de sucesivos ilustres propietarios. Courbet pintó muchos otros desnudos femeninos, bastantes de los cuales también han estado expuestos en la retrospectiva del Grand Palais. Pero el más legendario, invisible y quizá más bello, si hay que creer a los especialistas, bien pudiera ser la gran revelación de esta exposición: Femme nue couchée (1862, o/l, 75 x 95), indisociable tanto como el anterior en la historia del coleccionismo de arte. L’Origine du monde fue recuperado en unas condiciones relativamente bien conocidas. El biógrafo de su último propietario, el famoso psiquiatra francés Jacques Lacan, ha reconstruido la peripecia de su restitución a los Hatvany, que terminaron vendiéndolo, para terminar siendo una suntuosa joya del patrimonio nacional francés.

La otra joya erótica de la misma colección, la Femme Nue Couchée, de Courbet, permaneció en paradero desconocido durante más de una década. Fue vista, por última vez, en una exposición internacional en 1940. Finalmente, una marchante que trabajaba por cuenta de Ferenc Hatvany terminó descubriendo la pista: la obra robada por el Ejército rojo había sido vendida o entregada a un oscuro médico eslovaco. Hatvany y sus asesores internacionales hicieron intervenir a la Comission for Art Recovery de Nueva York, iniciándose una largo, complejo y bizantino proceso de restitución que duró más de veinte años. Ferenc Hatvany murió en el 1958, en Lausana, sin volver a ver su obra más querida y encantadora. Solamente en 2005, los herederos Hatvany consiguieron que les fuese devuelto el cuadro. Ciento cuarenta y tres años después de su primera salida de París y sesenta y cinco años después de su última aparición el cuadro volvía a la contemplación pública como una de las obras maestras más llamativas y atractivas de la gran retrospectiva Courbet. El pintor de la naturaleza, libertario y militante de la Comuna de París, queda a veces en segundo término, eclipsado por el deslumbrante esplendor de su genio como maestro del arte erótico.


Auguste Renoir (1841-1919) Gran desnudo, oleo sobre lienzo Alt. 70; Anch. 155 cm. Para este desnudo opulento, el pintor renuncia al uso de toques de colores llamativos y limita su paleta a una gama armoniosa de tonalidades más sutiles. El cuerpo se encuentra bañado en una suave y cálida luz, descansando encima de blandos cojines, como una joya. La figura, alargada en una pose elegante, recuerda más a las odaliscas de Ingres que a la Olympia de Manet. Este desnudo, más casto que otra cosa, es la última versión de una serie de tres cuadros pintados entre 1903 y 1907, Se sitúa cronológicamente entre dos otras obras de Renoir conservadas en el museo de Orsay: Torso, efecto de sol (1875-1876), obra de sus comienzos y Los bañistas (1918-1919), verdadero testamento artístico de su última forma de pintar. El cuadro permite comprender la evolución de Renoir hacia un estilo nutrido de referencias al arte clásico. En el siglo XX, artistas como Henri Matisse y Pablo Picasso se inspiraron a su vez en los propios desnudos tardíos de Renoir.

La enfermedad será la triste compañera de las tres últimas décadas de su vida. Uno de sus primeros ataques de reuma le provocará una parálisis facial en diciembre de 1888. Para evitar que la enfermedad se radicalice, busca lugares cálidos en la costa mediterránea. En 1907 Renoir compra en Cagnes la finca llamada "Les Colettes" donde restaura una casa para poder trabajar. Allí pinta bodegones florales y desnudos, en los que se apreciar la influencia de Tiziano y Velázquez, pero el tratamiento vibrante de la materia es totalmente impresionista, al aplicar el color de manera fluida y rápida. Las tonalidades que destacan son los rojizos característicos de los últimos años, contrastando con la pieles nacaradas de sus modelos. La figura está modelada gracias al exquisito dibujo que siempre exhibe el maestro, recordando las porcelanas en las que trabajó durante sus años de juventud. A la mala salud de Renoir se añadirían periódicos ataques de gota que le hacían acudir a los balnearios pero las dolencias reumáticas serían cada vez más fuertes, provocando la deformidad de sus extremidades.

Pesaba poco más de 48 kilos en 1907 y tres años después quedó postrado en una silla de ruedas, llegando a tener que utilizar un armazón de alambre a la hora de tumbarse en la cama para que las sábanas no rozaran su cuerpo. Pero aún así, su capacidad de trabajo siguió siendo excepcional, con una producción del orden de las 6.000 obras. Los premios y honores llegarán al final de su vida y sus obras alcanzan precios cada vez más altos. Pero la enfermedad persiste y Renoir busca en la pintura su refugio. En 1915 su mujer Aline fallece víctima de la diabetes el 27 de junio en un hospital de Niza, con 56 años lo cual supone un durísimo golpe para el pintor, aunque continue activo. El 3 de diciembre de 1919 muere en Cagnes, tras haber pedido un lápiz para dibujar, antes de fallecer. En los últimos años de su vida fue frecuentemente visitado por jóvenes creadores, entre ellos Matisse o Modigliani, que veían en el anciano pintor a un maestro aunque sus estilos no tuvieran mucho en común.

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